“Seis sabios
hindúes, muy dados al estudio, querían saber qué era un elefante. Dado que eran
ciegos, decidieron descubrirlo mediante el tacto. El primero en llegar
junto al elefante, chocó con su ancho y duro lomo y dijo: 'Ya veo, es como una
pared'.
El segundo,
palpando el colmillo, gritó: 'Es tan agudo, redondo y liso, que el elefante es
como una lanza'.
El tercero tocó la
trompa retorcida y gritó asustado: 'El elefante es como una serpiente'.
El cuarto extendió
su mano hasta la rodilla, palpó y dijo: 'Es evidente, el elefante, es como un
árbol'.
El quinto, que
casualmente tocó una oreja, exclamó: 'Incluso el más ciego de los hombres se
daría cuenta de que el elefante es como un abanico'.
El sexto, quien
tocó la oscilante cola acotó: 'El elefante es muy parecido a una soga'.
Y así, los sabios
discutieron largo y tendido, cada uno mostrándose excesivamente terco y
violento en su opinión. Aunque parcialmente en lo cierto, todos también estaban
equivocados”.
La parábola de los seis sabios
ciegos y el elefante, atribuida a Rumi, sufí persa del siglo XIII, muestra a la
perfección nuestra tendencia a sobrestimar lo que sabemos y nuestra férrea
obstinación a aferrarnos a nuestras opiniones y creencias haciendo caso omiso
de todo aquello que las ponga en entredicho. En Psicología, eso se denomina
“prejuicio de punto ciego”.
¿Qué es el prejuicio de punto ciego?
El prejuicio de punto ciego, un
concepto propuesto por la psicóloga de la Universidad de Princeton Emily
Pronin, hace referencia a nuestra incapacidad para darnos cuenta de nuestros
prejuicios cognitivos y nuestra tendencia a pensar que somos menos sesgados que
los demás. Pensamos que vemos las cosas de manera más objetiva y racional, como
son “en realidad”, mientras que los demás tienen un juicio sesgado.
En general, creemos que somos
mejores o más correctos que los demás. Pensamos que estamos por encima de la
media en lo que respecta a las cualidades positivas que más valoramos. Por
ejemplo, si tenemos en gran estima la sinceridad o la justicia, creeremos que
somos más sinceros y justos que la mayoría de las personas.
De esta manera nos convencemos de nuestra rectitud moral y de la veracidad de
nuestras ideas, creyendo que nuestras experiencias y circunstancias de vida
“únicas” nos han brindado una perspectiva más amplia, rica y sabia que la que
han desarrollado las personas con quienes nos relacionamos a diario o vemos en
la televisión.
La ciencia ha comprobado la existencia del prejuicio de punto ciego. Un estudio
realizado en la Universidad de Stanford reveló que la mayoría de las personas
(exactamente un 87%) consideran que son mejores que la media. El 63% piensan
que el autorretrato que tienen de sí mismos es objetivo y fiable, por lo que no
reconocen la existencia de sesgos, y un 13% incluso afirma ser muy modestos al
describirse.
Estos psicólogos descubrieron
que solo el 24% de las personas, cuando se les señala la existencia del
prejuicio de punto ciego, son capaces de reconocer que quizá su autoconcepto
podría estar mediatizado por algún sesgo cognitivo.
¿Por qué creemos que somos más racionales y
objetivos que los otros?
La idea de que percibimos la
realidad sin distorsiones surge, al menos en parte, del hecho de que no
analizamos nuestros procesos cognitivos y motivacionales; es decir, no hacemos
examen de conciencia. En cambio, para darnos cuenta de nuestros prejuicios y
limitaciones necesitamos realizar un ejercicio de instrospección e inferir que,
al igual que todos, no somos inmunes a los sesgos cognitivos.
Sin embargo, apenas surge una
discrepancia entre lo que otra persona piensa o percibe y lo que nosotros
pensamos o percibimos, asumimos que tenemos la razón e inferimos que los demás
son menos objetivos y racionales. Así también evitamos la aparición de una
disonancia cognitiva, la cual nos obligaría a realizar un profundo trabajo
interior para cambiar algunas de nuestras ideas, percepciones o
creencias.
De hecho, los psicólogos
concluyen que “los factores cognitivos y motivacionales se refuerzan
mutuamente para producir la ilusión de que uno es menos sesgado que los demás”.
O sea, nos autoengañamos para pensar que somos más racionales y objetivos.
Ese autoengaño también nos permite evaluarnos bajo una luz más favorecedora que
apuntala nuestra autoestima. En otras palabras, queremos pensar bien de
nosotros mismos, para evitar el arduo trabajo que implica cambiar, de manera
que nos engañamos pensando que son los demás quienes se engañan.
Un "yo" que fagocita lo diferente
se condena al inmovilismo
El problema de no reconocer que
somos víctimas del prejuicio de punto ciego es que terminaremos viviendo en un
mundo cada vez más alejado de la realidad. Alimentar nuestra visión del mundo
únicamente con nuestras creencias y a través de nuestras percepciones, excluye
todo lo diferente porque pensamos que no tiene valor.
Así terminaremos creando una zona de confort cada vez más pequeña en la que
solo permitimos el acceso a lo que nos resulta cómodo o lo que está en sintonía
con nuestra manera de pensar. Ese mecanismo de exclusión nos impide crecer
porque rompe cualquier puente con lo diferente, que es justo lo que necesitamos
para ampliar nuestros horizontes.
"La expulsión de lo distinto y el infierno de lo igual ponen en marcha
un proceso de autodestrucción [...] Nos enredan en un inacabable bucle del
"yo" y, en última instancia, nos conducen a una autopropaganda que
nos adoctrina con nuestras propias nociones", advirtió el filsofo
Byung-Chul Han.
¿Cómo escapar, o al menos reconocer, el
prejuicio de punto ciego?
Los sesgos cognitivos y
motivacionales son un producto inevitable de la forma en que vemos y entendemos
el mundo que nos rodea. Acusar de imparcialidad a los demás, negando a la vez
nuestra propia imparcialidad, conduce a malentendidos, genera desconfianza y
causa una escalada en el conflicto, de manera que es imposible encontrar un
punto común para llegar a un acuerdo.
Debemos partir de la idea de
que no vemos las cosas como son sino como somos. Eso significa que, como
personas, somos tan sesgados como los demás porque no podemos deshacernos de
nuestro “yo” al relacionarnos con el mundo. Tenemos que asumir que muchas veces
nuestra visión de los hechos es tan parcial como la de los sabios ciegos de la
historia.
Asumir nuestra parcialidad es difícil en un mundo que aboga por la
imparcialidad y la objetividad, sin darse cuenta de que ambos conceptos son una
ilusión producto del racionalismo. Somos seres subjetivos, y no hay nada de
malo en ello, siempre que tengamos la suficiente flexibilidad cognitiva para
enriquecer nuestro mundo con la subjetividad de los demás. El encuentro de dos
o más subjetividades es lo que nos acerca a la objetividad.
Para lograrlo, una dosis de humildad
intelectual no nos vendría mal para darnos cuenta de que nadie es mejor ni
peor, tan solo somos sesgados en diferentes aspectos de la vida. Adoptar esta
actitud nos permitirá crecer como personas, ser más tolerantes y, con un poco
de suerte, hacer del mundo un lugar mejor o, al menos, un mundo donde las
diferencias tengan cabida como expresión de autenticidad y singularidad.
Fuentes:
Room, C. (2016) Everyone Thinks They’re More Moral Than Everyone Else.
En: The Cut.
Scopelliti, I. et. Al. (2015) Bias blind spot:
Structure, measurement, and consequences. Management Science; 61(10):
2468-2486.